Empezaba la previa de esta Gran Vertical 2022 intentando darle sentido a su nombre, especulando con ese “área que se dibuja entre Amposta y València” que “podría sugerir un recorrido más o menos rectilíneo siguiendo la costa mediterránea”. ¡Iluso de mí! Esa “gran vertical” se refería, en realidad, ¡al desnivel positivo acumulado de la ruta! No es que la suma total del desnivel del recorrido sea especialmente grande: 6.200 m+ para 385 km. De hecho, tanto los primeros 100 kilómetros, hasta que la ruta se adentra en el interior de Castelló, como los 50 últimos, cuando se recorre el cauce del Turia hasta València, son bastante llanos y favorables. Pero una vez se entra en terreno montañoso, el sube y baja es constante, y curiosamente, casi sin perder de vista nunca el mar (gracias a la plana costera tan característica de esa parte de la costa mediterránea).
Queda dicho esto para constatar una vez más que las rutas que plantea Eliseu T. Climent y compañía son siempre cuidadas y espectaculares, pero también duras. Pese a plantearse esta Gran Vertical de dos días y medio como una introducción al mundo del bikepacking y la aventura en bicicleta y como un reto de “distancia contenida”, siguen siendo recorridos exigentes que demandan buena forma física y experiencia en los viajes en bicicleta en autosuficiencia.
En todo caso, nosotros tuvimos una Gran Vertical bastante plácida, sin contratiempos, en la que combinamos el recorrido original con alguno de los desvíos hacia recorridos más suaves.
Día 1: Amposta– Vall d’Alba

La hora de salida desde Amposta era a las 14h, y dado que nosotros entendemos la autosuficiencia de manera “amplia”, incluyendo hostales, hoteles, alojamientos rurales y demás, el reto del día era llegar a una hora decente a algún sitio para dormir. Llegar hasta Vall d’Alba suponía recorrer 128 km y 1850 m+, una primera etapa perfectamente viable para nosotros, con un desnivel contenido. Los primeros 43 km eran en suave ascenso puntuado por alguna subida corta y poco pronunciada, circulando primero por el pla de la Galera, una depresión entre la Serra del Montsià y la Serra de Godall, hasta dejar atrás Ulldecona. Poco después de atravesar la población de Traiguera (Baix Maestrat) se inicia una bajada bastante constante hasta Peñíscola, pero que incluía ya algunos tramos complicados por pistas estrechas y muy pedregosas, e incluso el cruce de alguna rambla seca donde las piedras ya eran de un tamaño bastante considerable.

Pasado Peñíscola el recorrido se adentra en el Parc Natural de la Serra d’Irta, donde circulamos junto al mar, ¡puro mar y montaña! Salimos del parque natural en Alcossebre (Baix Maestrat) y seguimos por un terreno bastante favorable hasta llegar y atravesar Torreblanca (Plana Alta). Aunque tras una dura y corta subida entrando al Parc Natural de la Serra d’Irta el terreno es muy plano hasta atravesar Torreblanca, nos imponemos un ritmo alegre (queremos aprovechar al máximo las horas de luz), son 28 km que recorremos casi a 20 km/h de media.
Llegamos entonces a la primera (y última) subida significativa del día, 10 km en los que ascendemos 424 m. Tras coronar nos hemos juntado un pequeño grupo de 4 o 5 ciclistas, que llegaremos juntos a Vall d’Alba. El postre del día consiste en subir a una colina que domina la población, junto a la ermita de Sant Cristòfol, 2 km y 120 m+ al 6,4%, ya que nuestro hostal se encuentra justo ahí. ¡Por lo menos tenemos buenas vistas!
Llegamos a las 9 de la noche (la cocina cerraba a las 10, de ahí nuestras prisas), con tiempo suficiente de darnos una buena ducha, cambiarnos y compartir mantel con más ciclistas que habían decidido hacer noche también en el hostal.
Día 2: Vall d’Alba – Algimia d’Alfara

Nuestro plan original era seguir el recorrido más largo y duro de la Gran Vertical 2022, pero tuvimos que variar nuestros planes al no encontrar sitio para dormir, ya que no íbamos a hacer vivac. Al principio contábamos con una reserva en un Airbnb en Eslida, que nos dejaba una segunda etapa de 132 km y 4235 m+, una concentración de desnivel que nos asustaba pero que en principio íbamos a asumir. Pero el viernes nos anularon la reserva en Eslida y tuvimos que ir buscando alojamientos cada vez más lejos. Finalmente conseguimos alojamiento en Algimia d’Alfara, pero eso nos dejaba, siguiendo el recorrido original, una segunda etapa de 161 km y 4600 m+, y con esas cifras ya nos asustamos definitivamente y decidimos aprovechar los atajos propuestos por la organización y desviarnos en Atzaneta del Maestrat para llegar a Algimia d’Alfara en una etapa más suave, de 116 km y 2644 m+.
El día empezó con una sorpresa poco después de dejar Vall d’Alba: la rambla de la Viuda bajaba con una buena cantidad de agua. Paramos a quitarnos calcetines y zapatillas, y así atravesamos la rambla. Para nuestra sorpresa, el agua no estaba muy fría, pero la corriente era lo suficientemente fuerte como para querer llevarse un poco las bicicletas mientras cruzábamos. Más que un contratiempo, una bonita anécdota para explicar y buen material para la crónica en vídeo.

La primera subida del día remonta la Serra de la Creu y es bastante dura, ascendemos 267 m en 4,6 km, pero las vistas de Atzaneta del Maestrat y el primer atisbo del Penyagolosa lo merecen. Bajamos a Atzaneta y atravesando un torrente que cruza el pueblo me mojo todos los pies (¡por no frenar!), y me acuerdo de las molestias que nos hemos tomado para cruzar la rambla anteriormente… por suerte los pies se secarán rápido… el viento es fuerte. Paramos un rato en Atzaneta para comer algo que hemos comprado en un horno y seguimos camino ya por el desvío “suave”.
La ascensión que sigue es larga y dura, 419 m en 9 km, y el viento nos castiga por todos los lados. Mientras vamos ascendiendo disfrutamos del paisaje, en especial de la visión imponente y lejana del Penyagolosa. Nos sabe mal perdernos el recorrido original, pero la decisión ya está tomada y habrá que dejarlo… ¿para otro año? Poco antes de coronar nos cruzamos con los corredores de la Penyagolosa Trails, que han salido de madrugada de Castelló y a los que aún les queda un buen trecho y altitud que superar para llegar a su destino. Ponemos cara de esfuerzo para solidarizarnos un poco y seguimos nuestro camino. Coronamos rodeados de formaciones rocosas, la toponimia lo dice todo: “Cabeso del Mas de Gossalbo”, “Tosal del Rouret”, “Roca Narius”…

La bajada es por pista cementada, empinada y revirada, hasta el pie de Llucena del Cid, un pueblo singular, encaramado en una montaña. Nos detenemos un momento en el puente del río Llucena, donde disfrutamos de la visión de una pequeña cascada que cae a una poza de aguas cristalinas. Nos espera una subida hasta el pueblo y más allá, corta pero intensa: 4,5 km al 8,4%. Al menos circulamos por cemento y no hay piedras o irregularidades que nos roben el esfuerzo. Abandonamos la carretera tras atravesar el pueblo y de nuevo iniciamos otro descenso, esta vez por pista rota y difícil entre barrancos y peñas. Casi por sorpresa, ya que no había revisado de manera exhaustiva la guía de servicios de la variante suave, llegamos a Araia, y en un “bar ciclista” paramos a beber algo y nos ponen un cuenco de cacahuetes que devoramos agradecidos.

Saliendo de Araia superamos una corta subida para iniciar el descenso hasta las poblaciones de Ribesalves y Ona. El día hoy es radiante y tenemos unas vistas tremendas de Castelló de la Plana y el mar. Vemos además numerosas señalizaciones que indican un laberinto de senderos técnicos que prometen, pero evidentemente, no es el día para eso. Finalmente paramos en Ona a comernos el bocadillo que nos habían hecho en Vall d’Alba. El día sigue soleado, pero una nube amenazadora cruza por encima de nosotros, y más tarde, incluso nos caerán cuatro escasas gotas que presumimos ha traído el viento.
Nos dirigimos hacia Eslida y poco después de salir de Ona entramos en un estrecho desfiladero en el que iremos cruzando diversas ramblas secas. En Artana paramos a llenar agua en una fuente y Javi hace algunos estiramientos (¡cómo se nota que es futbolista!). La entrada en Eslida es espectacular, a través de la zona de antiguos corrales y alquerías que está pavimentada con piedras. Tras atravesar el pueblo nos queda una última subida importante, que nos llevará a superar la Serra d’Espada. Son 3,9 km y 330 m+, el día sigue radiante y el viento sigue soplando con fuerza, racheado. Por suerte vamos protegidos por las mismas montañas, pero de vez en cuando notamos su presencia perturbadora y en alguna feliz ocasión, incluso nos impulsa en nuestro ascenso.

Tras coronar, nos queda “dejarnos caer” hasta nuestro destino, en Algimia d’Alfara, incluyendo un buen tramo de carretera donde el viento de cara convierte un llano en un falso llano que requiere de más pedaleo del que nos gustaría. Siguiendo por la carretera atravesamos Xòvar y después Assuévar, donde volvemos a los caminos de tierra, hasta el embalse de Algar. Tras atravesar la población de Algar de Palanca entramos en la Vía Verde Ojos Negros, una vía verde siempre es sinónimo de buen rodar, especialmente si lo hacemos en dirección al mar, en suave descenso. En la Vía Verde nos encontramos a Àlex, un corredor que ya no parará hasta València y que nos explica los problemas mecánicos que ha tenido con el cassette. Por suerte para él, en su paso por Eslida ha podido contar con la ayuda de varios voluntarios, mecánicos incluidos, que le han permitido volver a fijar el cassette y continuar. Eslida es un pueblo con una gran tradición ciclista, toda una garantía de que tendrás posibilidades de que alguien te eche una mano que te permita volver a la ruta en condiciones.
Nos despedimos de Àlex en Algimia d’Alfara y buscamos nuestro alojamiento, una espectacular casa rural, El Secanet, de auténtico lujo. No solemos buscar sitios así, nos basta con cualquier sitio decente, pero era lo único disponible, y lo disfrutamos sin remordimientos, al fin y al cabo, lo nuestro es también cicloturismo. Buscamos un bar donde tomar unas cervezas y picar algo hasta la cena, que será opípara, en una pizzeria del mismo pueblo que también resulta ser todo un descubrimiento. Aunque hemos acabado aquí casi por casualidad, ¡parece que hemos acertado totalmente el destino!
Día 3: Algimia d’Alfara – València

La etapa de hoy va a ser relativamente corta, poco más de 70 km, y con una única ascensión, la que nos hará superar la Serra Calderona. Desayunamos en el mismo alojamiento rural, donde nos han prometido un desayuno completo que no nos decepciona. Volvemos a la vía verde y deshacemos el camino andado para retomar el recorrido original, apenas 3 km, que se convierten en casi 10 km por mi culpa. Y es que cuando el “especialista en navegación” se empeña en una cosa, ni el Garmin ni el compañero son capaces de sacarle de su error hasta que, desesperado y enfadado como una mona (con el Garmin, que en este caso no tenía ninguna culpa), reconoce el error. Estaba convencidísimo de que el lugar donde debíamos retomar el recorrido original era el embalse de Algar, cuando en realidad era mucho antes, en una pequeña balsa donde abandonábamos la vía verde. Una vez fuera del recorrido, los intentos del Garmin por devolverme a la ruta los interpretaba como un error, y tampoco quise hacer mucho caso a Javier, que lo tenía bastante claro… ¡Mea culpa, mea maxima culpa!
Olvidado el vergonzante incidente, entramos en el Parc Natural de la Serra Calderona, donde el desnivel empieza suave pero poco a poco se va poniendo duro. En total son unos 10 km donde se superan los 500 m de desnivel acumulado. Tras coronar, la bajada es por pista ancha y en buen estado, pero eso solo dura pocos kilómetros, ya que la pista se halla en algunos tramos muy deteriorada, llena de piedras arrastradas por riachuelos que van irrumpiendo en el camino. Afortunadamente, estos tramos complicados no duran mucho, y tras parar en la Font de la Gota y la aparición de algunas casas, la pista mejora mucho y podemos avanzar con buen ritmo y sin preocuparnos por una caída.

Poco a poco vamos abandonando la Serra Calderona y nos adentramos en la llanura aluvial del Turia y sus afluentes, atravesando poblaciones como La Pobla de Vallbona o L’Eliana. Aquí abandonamos los caminos y circulamos por pequeñas carreteras secundarias entre campos de cítricos hasta que después de l’Eliana entramos en los caminos que recorren el Parque Fluvial del Turia. Como es domingo, y tal y como nos habían advertido en la sesión informativa del viernes en Amposta, los caminos están muy concurridos, paseantes, ciclistas, perros. No es un incordio, al contrario, siempre es un placer ver cómo la gente aprovecha estas vías para pasear y disfrutar del día.
El camino del Parque Fluvial del Turia está salpicado de puentes que van cruzando el río de un lado a otro, tantos que pierdo la cuenta. Un poco más adelante reconozco un mallot verde de la CAT700 del año pasado: ¡uno de los nuestros! Se trata de Marc, que nos explica que lleva prácticamente toda la ruta con el GPS estropeado y va siguiendo el recorrido a través del móvil, ¡parando en cada cruce a comprobar la ruta! Rápidamente nos convertimos en un trío y llegamos juntos a la meta en el Jardí del Turia. Tras las fotografías de rigor y una buena cerveza fría nos damos una ducha en los vestuarios de las instalaciones deportivas de la zona, nos cambiamos y nos dirigimos hacia la Estació del Nord, donde buscamos una terraza cercana para comer algo hasta la hora de salida del tren.
El viaje

Esta ha sido la tercera ruta que he hecho diseñada por Eliseu T. Climent y su equipo y por tanto no descubro nada nuevo en este blog si digo que el diseño de los recorridos supone el mayor atractivo de las aventuras ciclistas que proponen. Son rutas que te sitúan en lugares que dejan una fuerte impronta, que te hacen sonreír y decirte “ya sé porque me han traído por aquí”. Esto a veces significa transitar por tramos de mucha dureza, poner pie a tierra, empujar la bicicleta, mojarte los pies… ¿pero acaso no hemos venido a eso, a coleccionar recuerdos imborrables a fuerza de sumar kilómetros al borde de nuestras fuerzas? Los viajes son pura narrativa, cuentos con su inicio, su nudo y su final, que hacemos para poder recordarlos y explicarlos después. Cuando llegas al final del recorrido, no eres el mismo de la partida. Todo lo que has pasado entre el principio y el final te cambia. Por mucho que te quemes las pestañas mirando mapas, guías, leyendo las experiencias de otros, nada sustituye la vivencia en primera persona. La velocidad a la que viajamos en bicicleta permite un equilibrio perfecto entre la posibilidad de recorrer distancias notables y la observación pausada del paisaje. La velocidad perfecta para que el recorrido penetre en tu mente. Y así se da un diálogo continuo entre la mente “automática”, la que conduce la bicicleta, y la mente que sueña despierta, excitada por lo que ve. La belleza del paisaje me emociona y me anima a continuar, mientras el cansancio y las incertidumbres propias del ciclismo de caminos y su dureza ponen el contrapunto que obliga a mantener la tensión, a no decaer en el esfuerzo, a prestar atención a las sensaciones corporales, el cansancio, el hambre, la sed.

Reconozco que durante la primera etapa iba un poco obsesionado por no llegar demasiado tarde a Vall d’Alba. Disfruté del viaje, ¡pero mi cabeza no dejaba de hacer cábalas! La salida a las 14h suponía perder un buen puñado de horas, pero el recorrido, con poco desnivel, invitaba al optimismo: podríamos rodar rápido, como así fue, con una media de 19,3 km/h. Los primeros kilómetros son compartidos parcialmente con el recorrido de la CAT700, pero en sentido contrario, circulando entre dos sierras, la Serra del Montsià y la Serra de Godall. Pasado Ulldecona el recorrido ya era totalmente nuevo para mí, aunque no extraño: típico paisaje mediterráneo cercano al litoral, entre muros de piedra seca, oliveras, almendros y frutales. He de hacer mención especial a la maravillosa fragancia de los naranjos, el olfato no es un sentido que se suela “regalar” mucho en estos viajes (¡lo que más se suele experimentar es el olor a estiércol de los campos recién abonados!), y esta vez la experiencia sensorial ha sido del todo agradableEl Parc Natural de la Serra d’Irta, justo pasado Peñíscola hacia el sur, prometía. Un área montañosa junto al mar y prácticamente virgen es algo que no es habitual en el machacado litoral mediterráneo. Después de un par de rampas duras saliendo de Peñíscola, la pista desciende dibujando varias horquillas que nos devuelven casi al nivel del mar. Saliendo del parque natural y hasta Torreblanca el recorrido seguía por pequeñas carreteras y caminos locales, de nuevo entre los cultivos típicos de la zona. La primera subida de entidad, que nos llevaría a una pequeña depresión interior seguía rodeada de campos de frutales, casi hasta nuestro destino en Vall d’Alba.

El segundo día el paisaje ya era decididamente montañoso. Al coronar la primera subida a la Serra de la Creu, ya divisamos la Penyagolosa. Por desgracia, solo la íbamos a ver de lejos, ya que íbamos a coger el desvío suave en Atzaneta del Maestrat. Aun así, no nos íbamos a quedar sin nuestra ración de desnivel positivo acumulado. Después de supera la Serra de la Creu y bajar a Atzaneta del Maestrat, el recorrido vuelve a subir la misma sierra, que hace un giro hacia el noroeste. Se trata de los últimos contrafuertes del sistema ibérico, con grandes paredes rocosas y peñas, rodeadas de bosques de pino negro y blanco. A este lado, los cálidos y fértiles valles de las comarcas castellonenses, del otro lado, el altiplano más frío e inhóspito del Maestrazgo aragonés.

Una vez que coronamos de nuevo la Serra de la Creu y bajamos hacia Llucena del Cid parece que el paisaje se comprime, como si quisiese encajar todas las montañas posibles en el mínimo espacio. Eso hace que prácticamente la transición entre bajada y subida sea inexistente. Pasamos del 8% negativo al 9% positivo en menos de un centenar de metros. Traducido al idioma ciclista: una ruta rompepiernas. Y como la costa no está lejos, basta con ganar un poco de altura y fácilmente se contempla el mar. Tras la dura ascensión a Llucena del Cid, volvemos a descender rápidamente, de nuevo hacia paisajes más abiertos, el mar ya no es un rincón en el horizonte, sino que ocupa casi todo nuestro campo de visión. Bajamos hacia Ribesalbes y Ona, y tenemos a Castelló de la Plana a un tiro de piedra. Pero nuestro destino es aún la montaña, así que saliendo de Ona, nos metemos por un desfiladero estrecho, camino del Parc Natural de la Serra d’Espada. A izquierda y derecha, las omnipresentes “penyes”: la Penya Parda, les Penyes Altes, les Penyes Aragoneses.

Atravesamos Artana y seguimos en dirección a Eslida, un precioso pueblo encajado en un valle al que accedemos a través de un camino empedrado, quizás no muy cómodo para ir en bicicleta, pero que es una gran manera de llegar a Eslida. De nuevo toca subir, nos espera la Serra d’Espada, durante la ascensión no perdemos de vista Eslida, que se va haciendo pequeña a cada golpe de pedal. Tras coronar nos espera otro valle, pero esta vez más amplio, y de nuevo otro río, esta vez el Palancia, da forma al paisaje. Volvemos a los caminos en suave pendiente, rodeados de cultivos. Otra vez la embriagante fragancia del azahar. Tras el paso por el embalse de Algar y la población de Algar de Palancia, nos incorporamos a la Vía Verde Ojos Negros. Las vías verdes constituyen un paisaje en sí mismas: pendientes suaves, viaductos, túneles, cortados. Cortan a través del territorio con la autoridad de los viejos trazados ferroviarios. Y proporcionan esa placentera sensación de ir circulando por una vía pensada casi en exclusiva para los ciclistas: rodar fácil, placentero, despreocupado.

Tras pernoctar en Algimia d’Alfara, volvemos al recorrido original para superar un último obstáculo, la Serra Calderona. Aquí las montañas parecen acomodarse con menos estrecheces. Las cimas son menos obvias, parecen estar cerca, pero tras un giro compruebas que aún estás lejos de coronar. Sin embargo, la vertiente que desciende hacia el Turia vuelve a mostrarse juguetona, amante de los giros bruscos, de los desfiladeros y las pendientes abruptas. ¡El camino tiene prisa por llegar al río! Y cuando por fin los grandes desniveles se acaban, el entorno, la temperatura, los colores, todo cambia de nuevo. El paisaje está fuertemente humanizado, urbanizaciones, campos de cultivos, incluyendo un campo de tiro cuyos disparos suenan cerca y que nos deja algo intranquilos. Nuestro próximo objetivo es alcanzar el camino del Parc Fluvial del Turia, último tramo hasta el final de nuestro viaje.

El parque fluvial es un paisaje totalmente diferente, también muy humanizado. Numerosas pasarelas salvan los distintos meandros e islas que lo componen. En algunos tramos vemos una cubierta de plástico negro de la que asoman algunas plantas. Me imagino que para ayudar a fijar el terreno y evitar una mayor erosión de las aguas del río. Perdemos un poco la noción del tiempo y el espacio, ahora encerrados entre espesas arboledas, ahora en llanos despejados, sorteando, con cuidado y educación, al resto de ciclistas y viandantes. Casi sin darnos cuenta, superamos la última pasarela y entramos en el Jardí del Turia, en plena ciudad de València.
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