Y llega la última etapa de la Transpyr, en teoría una etapa fácil y corta con más descenso que ascensión que une Burguete con las playas de Hondarribi. Y de nuevo fue una etapa muy complicada, aunque este año lo fue para todos los corredores.
A diferencia del año pasado la etapa empeza bien para mí, había cenado bien, dormido bien y desayunado más o menos bien (de nuevo la «hostelería» de la zona, dejando mucho que desear). Pero el mal tiempo del día anterior hace en seguida su aparición en forma de lluvia y bajas temperaturas.

Saliendo de Burguete nos encontramos con empinados repechos que nos obligan a entrar en calor, pero en seguida llegan complicados descensos hacia los valles de la baja Navarra, ahora territorio francés. Este es un terreno muy complicado, con abruptos desniveles y tramos llenos de piedra suelta, y encima ahora mojados. En estos tramos de descenso me adelantan bastantes corredores, pero es un día para no tomar ningún riesgo ni intentar ir por encima de mis posibilidades. Con toda la precaución del mundo llego al final del descenso y al inicio de un tramo de carreteras locales que nos llevarían a pasar por las localidades de Urepel y Aldudes.

Este pequeño respiro solo fue el preludio del famoso “muro de la Transpyr”, un tramo de 2km en el que se salvan más de 300 metros de desnivel positivo con un gradiente medio del 15% y máximo del 43%, y que empieza con asfalto y termina en pista rota y rocosa. Si el año pasado ni me plantee hacerla montado en la bicicleta porque iba fundido ya de entrada, este año ruedo un tramo montado, pero solo apenas 100 metros. Preveiendo que el día va a ser largo y complicado, no quiero gastar más fuerzas de las necesarias.
Una vez coronamos y ya de vuelta en Navarra iniciamos un descenso por senderos y caminos hacia Elizondo, donde se encuentra el primer avituallamiento. En ese momento la lluvia ya arreciaba y nos estámos quedando empapados. El trazado estaba en muy malas condiciones, piedras, charcos, barro, y el agua y el frío nos está dejando congelados. Llevo unas cuantas capas de ropa pero no me quito el frío del cuerpo.
En el avituallamiento de Elizondo todo va a cámara rápida. Hacemos cola para beber caldo caliente, comer puñados de frutos secos, limpiar de barro gafas y bidones, sin perder demasiado tiempo porque sabemos que cualquier momento de relajación va a empeorar nuestra sensación de frío. Entonces, un corredor tiene una idea genial, que con los nervios a mí no se me había ocurrido: utilizar la manta térmica obligatoria para crear una capa aislante que cubriese nuestro tórax a modo de faja. Él mismo me ayuda a colocarla bajo el maillot y así, con la esperanza de volver a entrar en calor salimos rápidamente del avituallamiento de Elizondo.
Al contrario de lo que suele ser habitual deseamos empezar a subir cuanto antes y así poder entrar en calor. Y así es, nada más salir de Elizondo empieza un largo ascenso por un terreno resbaladizo y embarrado, por rampas rocosas, veredas inundadas por el barro, atravesando praderas de helechos, teniéndonos que bajar a menudo de la bicicleta para empujar o para salvar escalones. Por suerte el frío ya no es un problema, aunque la lluvia y el barro hacen la conducción siempre difícil. El barro hace inútiles las gafas, pero no llevarlas hace que las salpicaduras te impidan ver con claridad. La pantalla del GPS sucia y la poca luz impiden una visión clara del recorrido, el bidón sucio de barro te llena la boca de tierra cada vez que bebes y así los problemas se multiplican.
Está claro que de nuevo esta es una etapa de pura supervivencia. Atrás quedan las sensaciones de las últimas etapas en las que ver un corredor por delante te invitaba a adelantarlo. De “atrapa cadáveres” paso a una especie de purgatorio en el que no estña claro si el «cadáver» voy a ser yo. Tengo un momento bajo, la manta térmica hace su trabajo incluso demasiado bien, tengo una sensación de opresión en el estómago, aumentada por el hecho que las bajas temperaturas y el esfuerzo me obligan más que nunca a no dejar de alimentarme. Solo me consuela el hecho de que si tengo paciencia y no sufro una avería o una caída importante, es cuestión de unas horas, las playas de Hondarribi están ahí, solo necesito constancia y paciencia. Sin embargo las fuerzas me faltan, cualquier repecho me parece imposible de superar montado en la bicicleta. En ese momento decido alimentarme solo con geles, para obtener energía de la manera más rápida. Funciona.
El terreno mejora un poco, pistas más anchas, menos piedras, y eso me da un pequeño respiro. Pero poco después nos sumergimos en nuestro pequeño infierno particular. El track nos lleva por un sendero muy estrecho que bordea un torrente y de repente me veo en medio de una caravana de ciclistas escalando una pared embarrada, entre árboles, piedras y raíces. Demasiado tarde para retroceder, y solo queda trepar, ahora poniendo un pie, ahora agarrándome de un árbol, y todo eso sin soltar la bicicleta que a base de fuerza bruta voy alzando en dirección al sendero, que se adivina metros arriba. Es un momento interminable en el que resbalo incontables veces, temiendo caer al torrente, o que el ciclista que me precede caiga sobre mí. Miro la pantalla del GPS y estamos sobre el track. A veces parece que la organización de la Transpyr va más allá de límite de lo razonable. Más tarde me enteraré de que el error ha sido nuestro (de los ciclistas que me precedían y mío por seguirlos sin consultar el GPS). A veces, en zonas de espesa arboleda en las que la señal GPS puede no estar actualizada, y cuando hay dos trazados muy juntos y paralelos es fácil confundirse.
Como había pensado, solo se puede salir de esa situación a base de calma y perseverancia. Dejamos el infierno atrás y las fuerzas parecen volver, así que sigo dando pedales y subiendo, esperando solo que el avituallamiento del Collado de Lizaieta llegue pronto. Sabía que estaba alrededor del kilómetro 60, pero no miro el cuentakilómetros, no quiero saber cuánto faltaba, solo seguir avanzando.
En ese momento pienso que la organización debe neutralizar la etapa en Lizaieta y permitirnos llegar hasta Hondarribi por la vía más rápida y segura. Era una cuestión de seguridad, y también práctica. La llegada del último día tampoco se puede demorar demasiado porque hay transfers que hacer, la ceremonia de los finishers, etc. Y así es, al llegar al avituallamiento en el Collado de Lizaieta nos anuncian que la etapa se neutraliza a partir de ese momento y que no debemos seguir ya el track, sino volver por carretera hasta Irún y desde allí volver a seguir el track hasta Hondarribi. En todo caso, ya soy finisher, pues el crono se detiene siempre en el Collado Lizaieta, lo único que tengo que hacer es llegar a Hondarribia.

Un par de horas más tarde cruzo el arco de meta y me convierto de nuevo, ahora sí, sin ninguna duda, en finisher de la Transpyr. Esta ha sido una edición completamente diferente a la del año pasado, sin calor, y pasando frío los dos últimos días. Si el año pasado íba siempre de los últimos este año he podido ir remontando, sintiéndome parte de la carrera y no un perseguidor que cada día estaba a punto de perderse el corte. Acabo muy contento y algo triste por no poder acabarla junto a mi compañero Javi, pero las oportunidades hay que aprovecharlas y creo que este año lo he hecho dando todo lo que he podido.

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